martes, 9 de noviembre de 2010

Sobre la historia de Jonás





Propensos a huir de la verdad que nos rodea solemos, sin dudarlo apenas una milésima de segundo, poner pies en polvorosa en cuanto  algo, ya sea bueno o malo, desconocido asoma por la puerta y amenaza acercarse a nosotros. Y hablamos de algo "desconocido" cuando, simple y llanamente, nos supera. Si. Cuando no somos capaces de controlar algo, ese algo nos es desconocido. Extraño. Denominamos así y huimos de este modo de todo aquello que no alcanzamos a dominar. De todo lo que nos domina. De ahí que queramos, pero poquito, vaya a ser que me engollipe y no podamos saborearlo. Que amemos, pero en pocas cantidades, vaya  a ser que la locura nos haga tropezar y nos salga mal el invento. Que arriesguemos… ¿Qué digo? ¿Arriesgar? Ah no, eso ya no entra en el plan. Si hablamos de perder algo, y sobre todo ya si hablamos de perder parte de nosotros, de nuestro orgullo, ya la situación, si no era ya propensa al estancamiento y la falta de actuación,  se vuelve totalmente en contra de tomar ninguna decisión que no sea la de esperar o aguardar sentados a que la tormenta pase, o , si el miedo se vuelve tan atroz, huir enloquecidamente donde quiera que sea. Donde sea, pero lejos. Que no me toque semejante situación. Que pueda estar yo tranquilo sin tener que pensar en nada que no sea si cojo aquella flor. Y a veces ni eso ¡por Dios! sea que tenga espinas, ¡que no me duela a mi! Lo único que nos supera y que no frenamos, que dejamos que nos consuma a veces incluso sin descanso, es el miedo. El terror. El terror a cualquier sentimiento que supere al mero afecto. Ese terror que nos hace, sin haberlo planeado o pensado anteriormente correr kilómetros durante días, o desaparecer hasta otra vida, que nos ataca, vence, conquista y asimilamos, o acabamos por asimilar como algo normal, una patente mas en nuestros días.
 Si acabar en la ballena no forma parte del plan, hablemos. 

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