domingo, 31 de marzo de 2013

Agonía y éxtasis

Dicen que cuando deseas algo con la fuerza necesaria termina por hacerse realidad. Dicen que inconscientemente tus gestos, tus sueños, tu vida en fin, se vuelca en ese destino que un dia decidiste vivir para ponertelo, de repente y sin previo aviso frente a la cara. 

Lo que no dicen es que cuando eso ocurre, cuando aquello a lo que has dedicado tanto tiempo que apenas eres capaz de ponerle fecha a esa primera vez que lo soñaste, aparece ante tus ojos con la cercanía de poder abrazarlo, algo frena tus brazos, otra fuerza agarra tus manos, los pies se hunden en la tierra, y la niebla nubla tus ojos evitando que veas nada más. 

Nadie te avisa de que el corazón se te oprime en un puño y que la garganta se agarra en un nudo imposible de tragar mientras, sin darte cuenta, tienes la cara mojada y los labios sellados. 
 
Nadie avisa del miedo que da darse cuenta de que el tiempo que queda apenas es suficiente para abrir los ojos, tragar saliva, y respirar, mientras a tu alrededor todo empieza a caerse. 

Ninguno te dirá que los sueños, cuando se acercan demasiado a los dedos, mueren como pompas de jabón al soplarlas y solo te queda construir otros nuevos.
 
 

lunes, 25 de marzo de 2013

  Tener un sueño es como tener un amor platónico. Dedicar un tiempo, un espacio de tu vida, de tus días, de tu mente, de tus tardes en blanco a algo que, en el fondo consideras imposible. Tener un sueño es precisamente eso, soñar despierto. Con la esperanza ciega de quien es inconscientemente consciente de que aquello que sueña no es real. Pero, ¿y qué si, de repente, alguien te sirve ese sueño en bandeja? ¿Qué si ahora parece que deja de ser sueño para convertirse en una realidad que se acerca implacable conforme los días transcurren impasibles? 


  Cuando nuestros sueños dejan de ser sueños para empezar a intuirse como la realidad que nos rodeará en, tan solo, cuestión de tiempo parece que el mundo entero se tambalea. Como una silla coja. Como la típica mesa del típico bareto barato. Porque tener un sueño es construir una realidad a nuestro modo, crearla, hacerla tuya cada noche, y en el momento que se transforma dejas de ser su dueño para pasar a ser tu un mero objeto de ese mismo. Dejas de utilizarlo para ser utilizado. Dejas de ser un creador para empezar a ser protagonista de algo que ha dejado de ser tuyo para empezar a ser por su propio pie. 

  La diferencia radica en tener un sueño o perseguir un sueño. Y yo, de pronto, no se si solamente lo tenía o si algún día lo perseguí. Pero alguien decidió que era el momento de regalármelo. No se si cumplirá toda mis expectativas, seguramente no será tal y como lo soñé, o lo he soñado. O construido. Lo único que se es que no voy a desaprovecharlo. 


(Torre Sant'Andrea, Lecce)

(Cueva Zinzulusa, Lecce)

(Anfiteatro, Lecce)


viernes, 22 de marzo de 2013

Despues de la tormenta

  Hoy quiero decirte simplemente que las cosas han cambiado. Hoy quiero que comprendas que estas equivocado. Tengo la necesidad de respirar tranquila sabiendo que eres consciente de que he cerrado mis ojos por ti.


  Llega un momento que "tanto va el cántaro a la fuente, que termina por romperse", y supongo que es lo que me ocurre. Lo auguraba hace unos días, deje que pudieras intuirlo no sin el miedo de estar equivocandome, hoy se que tuve razón. Y lo admito con la franqueza que produce el no saber descifrar siquiera como me siento ante la situación, no se si esta calma es causa del miedo que tuve por quererte, o por la tranquilidad de aceptar que no me quisiste. No se si es que  hace demasiado que deje de hacerlo o si es que aún no me ha dado tiempo a echarlo de menos. Pero se que se ha acabado. 

  Hoy solo quiero que tengas claro que no me voy, que sigo aquí, que estaré siempre mientras dure. Pero que estoy y estaré como siempre has querido que estuviera. Quiero decirte que, como siempre, vuelvo a no negarte nada, vuelvo a darte exactamente lo que buscabas, vuelvo a ceder ante ti. Y esta vez me niego a mi misma, cierro los ojos y solo espero que la calma permanezca.


domingo, 17 de marzo de 2013

A golpe y porrazo

Y me empeño en subir la musica para no oir vuestras voces, para no escuchar las criticas, para no oir en vuestras bocas lo que cada noche me digo yo sola. Porque escuchar tus propios miedos en lenguas ajenas aterroriza mucho mas.

  Que nos creemos que las cosas si no las nombramos no son tan reales. Que parece que si no salen de nuestra cabeza no pueden existir mas aya de las fronteras del sueño. Pero lo cierto es que, aunque sola te sorprendes subiendo el volumen para no escucharte a ti misma, cuando alguien pone otra voza esos mismos pensamientos, la realidad cae como una losa sobre tus hombros y te hace consciente de que da igual sobrepasar la capacidad de los altavoces.

  Lo cierto es que cuando tus miedos han dejado de ser tuyos para pasar a ser los de otro, solo te queda encender un cigarro, echar el pelo para atras y arrancar, que el semaforo lleva un rato en verde.

  Lo cierto es que solo te queda asumir la verdad, y la verdad es que ha llegado el momento de bajar el volumen, escuchar lo que tiene(s)n que decirte...

 ...y avanzar.

martes, 5 de marzo de 2013

Addio

Puedes negarlo tantas veces como quieras. Puedes, incluso, negártelo a ti mismo. Pero lo cierto es que la ves y, al mirarla fijamente, apenas logras reprimir el deseo de abrazarla estrecho, fuertemente. El deseo de sentirte tan dueño suyo que su corazón parezca latir dentro de tu pecho, junto al tuyo.

Puedes repetirte cada mañana que no sientes nada, que no te importa lo que haga. Pero la verdad es que si la tienes al lado tus manos se mueven solas, tus dedos la aprietan, y en un segundo de lucidez o de ceguera absoluta, te sorprendes agarrando su mano mientras le hablas y la duda asoma en tus ojos obligándote a sacudirla de tu cabeza, a cambiar de tema, a alejarte de ella.

La realidad es que, sin saber por qué motivo, ha aparecido en tu vida, se ha ido introduciendo en ella y sin darte(se) cuenta se adueña sin piedad de cada segundo de tus días. No hay razones para ello, pero si te paras a pensarlo, ¿cuántas horas pasas sin verla?, ¿sin pensarla?, ¿sin nombrarla? ¿cuántos minutos de tus días no son suyos?

Repitete a ti mismo que no es cierto, que sigues siendo dueño de tus decisiones y que ella no te influye. Convencete de que lo que sientes es lo normal, que no tiene ningún otro significado. Duerme tranquilo cada noche autoconvenciendote de que las reacciones que has tenido, y de las que tu mismo te has percatado en su presencia, son las convencionalmente aceptadas como naturales.

Tarda cuanto desees en admitir que no soportas imaginarla con otro, que cada día sin verla es un suplicio, que tu necesidad de saber de ella no es normal. Intenta no admitir que solo deseas decirle que eres suyo. No pienses que, quizás, cuando consigas sacudirte la cobardía que te envuelve como una telaraña y te impide ver la realidad, buscarás su sonrisa entre las demás como hacías siempre, pero esta vez sabiendo por qué necesitas su aprobación y no la de otro, y entonces, probablemente, te darás cuenta de que ella ya no esta, que no espera tu mirada como hasta entonces. Porque ella ya sabía mucho antes lo que sentía. Porque ella tenía claro desde el principio que parte de si misma se había hecho tuya y lo aceptó esperando que tu fueras capaz de hacerlo también, decepcionándose cada día al ver como te negabas a abrir los ojos. Llegando a la conclusión de que la equivocada era ella. Y en el momento en que tu admites que no hay nada que hacer y que los ojos hay que abrirlos en algún momento, a ella le ha ocurrido lo mismo y ha decidido cerrarlos.


¿Por qué nos ocurre esto tantas veces? ¿Por qué nos resultan mucho más fáciles las relaciones esporádicas, insustanciales e irrelevantes? ¿Por qué resulta tan complicado admitir que alguien se ha adueñado sin previo aviso de nosotros y que apenas somos la mitad de nosotros mismos cuando no lo sentimos a nuestro lado?

lunes, 4 de marzo de 2013

Cuaderno de bitacora

Me dedico a soplar niebla
que los bichos están ahí
que prometen almohadas
te las dan por las dos caras
quieren jugar con la boca
de sangrar, de no latir

(Capitan cobarde, Albertucho)
 
  Supongo que es inutil que niegue que en estos últimos meses mi vida se ha visto de repente alterada por numerosas corrientes de agua que me empujan, me atropellan y me revuelven en un mar pocas veces en calma. Supongo que es más inutil aún negar que me encanta. 
 
  Desde pequeña he tenido siempre la manía de sumergirme bajo el agua cuando las cosas no estaban bien, parece que en la bañera, cuando el pelo se separa de la nuca para acariciarte suavemente el breve espacio de tiempo que controlas la respiración y solo alcanzas a oir el goteo regular del grifo, cada gota que cae se lleva con ella y diluye en el agua alguno de tus problemas. Y así, plof... 1... plof... 2... desaparecen uno a uno en una muerte tan rápida y al mismo tiempo tan tranquila e indolora que parece limpiarte por dentro. 

  Apenas logro ahora imaginar mis días sin la fuerza de esas corrientes que me arrastran en un mar al que poco a poco voy conociendo. Los escollos aparecen y desaparecen con una rapidez tal que nos obligan a reducir la velocidad y en, determinadas ocasiones, a veces incluso, a frenar y echar el ancla mientras buscamos un nuevo caudal que nos conduzca a pequeño remanso de paz.

  Y sentada bajo la cascada logro dejar de escuchar los gritos que mi cabeza decide dar en mi interior. Ya no se oye nada. Ya no hay nada más. El estruendo del agua que cae a mi alrededor, que choca en mi cabeza y resbala con fuerza tras golpearme los hombros me envuelve, me abraza, se apodera de mi y dejo de ser yo por un momento fundiendome con las rocas de mi alrededor. 

  Los vientos incontrolables que acompañan este mar desconocido nos empujan cada día cambiando nuestro rumbo. La inutilidad de tratar de imaginar dónde acabará nuestro viaje lo hace, a medida que avanza el tiempo, más atrayente, podría decir que mágico. No hay tierra a la vista, pero los bancos de arena se suceden y no es rara la vez que hemos temido encallar.
 
  Mojando los pies en una arena que se disuelve con tocarla voy avanzando y dejo que el agua cubra mis tobillos consiguendo que cierre los ojos un instante. Dejo que llegue a las rodillas rapidamente, y empiezo a frenarme en el avance. El ombligo... la cintura... el frío me recorre la columna vertebral cuando el agua alcanza la cruz en la nuca. Y en un escalofrío que me despierta tomo aire, aprieto los ojos y todo se esfuma a mi alrededor mientras encallo los pies y me fundo con las algas. 
 
  He de reconocer que no son pocas las veces que hemos temido el naufragio. Las tormentas se suceden, y con ellas el oleaje se levanta y nos balancea  tan fuerte que el agua se cuela por la borda y comienzan, si hay fuerzas, las operaciones de salvamento y achicaje. 

  Cuando los estertores de los pulmones me hacen volver a la realidad y me recuerdan que el oxigeno me resulta, desgraciadamente, algo absolutamente necesario comienza la lucha por alcanzar la superficie que se adivina más allá, sobre mi cabeza. 
 
  Y si el barco se hundiera... No puedo evitar temer que ocurra e incluso amenazar con la terrible evidencia al resto de la tripulación si no lo han hecho ya antes.

  Y es cuando logro salir, con la bocanada de aire que se mezcla con las gotas saladas que salpica mi pelo y me resbalan por la cara metiendose en la boca y recorriendo la garganta, cuando veo que ni siquiera el sabor amargo logra parecer desagradable. Y mietras voy andando hacia la orilla, con el pelo aún goteandome en la espalda y la sal que se me pega en todo el cuerpo, ya no hay nada que haga que desaparezca el hoyuelo en mi sonrisa. Ya no hay nada que no me haga creer que, si el barco se hundiera, estaremos ahí para levantarlo.