domingo, 6 de febrero de 2011

Pues eso, libres:

   A menudo caemos en el error de creer que la libertad es hacer lo que nos apetece cuando nos apetece. A menudo caemos en la tentación de pensar que nos pertenece. Y el ser humano es libre. ¡Claro que es libre! Libre para autocoartarse, para imponerse sus propias barreras, para atarse él mismo la soga al cuello que le oprime y evita que el aire alcance sus pulmones, provocando así la falta de riego que inunda nuestro cerebro hasta el colapso total. ¡Claro que tenemos libertad para elegir! Para elegir equivocarnos, para decidir nuestras caídas, para asegurarnos de cometer errores, sandeces y tonterías. Para eso es libre el ser humano. Para lograr que una lucha totalmente lícita en un principio se convierta en una trampa mortal. Porque el ser humano no sabe lo que quiere, no quiere lo que busca, no busca cuando lucha luchando por lo que no quiere. El ser humano se conforma con hacer lo primero que le pasa por la mente y convencerse de que eso es lo que quiere. El ser humano es el único ser que se hace daño a si mismo sin querer. Porque no piensa cuando actúa actuando como impulso.

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