lunes, 25 de marzo de 2013

  Tener un sueño es como tener un amor platónico. Dedicar un tiempo, un espacio de tu vida, de tus días, de tu mente, de tus tardes en blanco a algo que, en el fondo consideras imposible. Tener un sueño es precisamente eso, soñar despierto. Con la esperanza ciega de quien es inconscientemente consciente de que aquello que sueña no es real. Pero, ¿y qué si, de repente, alguien te sirve ese sueño en bandeja? ¿Qué si ahora parece que deja de ser sueño para convertirse en una realidad que se acerca implacable conforme los días transcurren impasibles? 


  Cuando nuestros sueños dejan de ser sueños para empezar a intuirse como la realidad que nos rodeará en, tan solo, cuestión de tiempo parece que el mundo entero se tambalea. Como una silla coja. Como la típica mesa del típico bareto barato. Porque tener un sueño es construir una realidad a nuestro modo, crearla, hacerla tuya cada noche, y en el momento que se transforma dejas de ser su dueño para pasar a ser tu un mero objeto de ese mismo. Dejas de utilizarlo para ser utilizado. Dejas de ser un creador para empezar a ser protagonista de algo que ha dejado de ser tuyo para empezar a ser por su propio pie. 

  La diferencia radica en tener un sueño o perseguir un sueño. Y yo, de pronto, no se si solamente lo tenía o si algún día lo perseguí. Pero alguien decidió que era el momento de regalármelo. No se si cumplirá toda mis expectativas, seguramente no será tal y como lo soñé, o lo he soñado. O construido. Lo único que se es que no voy a desaprovecharlo. 


(Torre Sant'Andrea, Lecce)

(Cueva Zinzulusa, Lecce)

(Anfiteatro, Lecce)


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