martes, 26 de febrero de 2013

La ignorancia de la rosa

INGREDIENTES:
 * 12 rosas, (rojas, si es posible)
* 12 castañas
* 2 cucharadas de mantequilla
* 2 cucharadas de fécula de maíz
* 2 gotas de esencia de rosas
* 2 cucharadas de anís
* 2 cucharadas de miel
* 2 ajos
* 6 cordonices
* 1 pithaya

PREPARACIÓN:
Con cuidado, separar los pétalos de rosas, tratando de no pincharse los dedos, porque (a) es doloroso y (b) si los pétalos se impregnan de sangre, alteran el sabor del plato y puede provocar reacciones químicas peligrosas.

 (Receta de codornices en salsa de rosas
"Como agua para chocolate", )

Pero ¿qué ocurre cuando la sangre ya se derrama?, cuando no has sabido ver la espina que, lenta, sigilosa, suavemente incluso, se clavaba entre los dedos, en medio, en el corazón. Apenas notas un picor y, de repente, parece que cada latido se dirige al foco de dolor, sin piedad, a matar. Y la cascada resulta inevitable, y el rojo se hace dueño, y parece casi que no ves (más allá).

Más allá aparece, como salido de la nada, un vaso de agua fría que te invita a mojar la herida. Que decide limpiar tu sangre. Porque en el centro del dolor no hay nada más. Que o (te) sacan la flor o (te) se hunde(s) en tanta mierda.   

Supongo que una rosa no deja de ser rosa por mucha apariencia que pueda tener de clavel. Supongo que aún así todos tenemos la estúpida tentación de confiar en sus suaves pétalos olvidando los puñales que porta, debajo, con ellos. Y es al abrir la mano y ver la herida cuando te preguntas a ti mismo, sabiendo que no hay respuesta lógica, sin saber muy bien qué sentido puede tener, ¿en qué coño pensabas, estúpido, al mirarla siquiera? 

Y el agua empieza a derramarse entre los dedos.Y con ella el frío se apodera de la zanja abierta. Entra. Y conforme va avanzando retroceden tus lágrimas. Y una sonrisa empieza a dibujarse en tu cara. Alomejor era necesario pincharse con las espinas para que el plato estuviera completo. Igual la reacción que tratabas de evitar se ha convertido en una inyección de adrenalina que no puedes rechazar. 

Que tiemble el fuego que aún hay más petalos que arrancar. Que aún queda rosa por manchar. Que la herida ya no duele. O el dolor se ha hecho tan amable que incluso te sostiene y te invita a seguir adelante. Y te dispones a seguir cocinando el plato, que el almuerzo esta para servirse. Y te lo están sirviendo en bandeja. 

No sabe, la rosa, 
dónde entra a jugar. 
Se siente, la rosa, 
protegida en sus espinas. 
No se ha dado cuenta, la rosa, 
que con cada herida que en tus manos abre  
muere al mismo tiempo su armadura. 

Y cuando abra los ojos y mire hacia abajo,
 apenas tendrá tiempo de ver sus puñales 
esparcidos por el suelo. 
Una mirada a tus manos, 
un breve vistazo a los ojos... 
Y justo cuando empieza a ser consciente de su acto irresponsable, 
el agua que antes te limpió 
ya hierve a su alrededor,
y la deshace.




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