miércoles, 6 de julio de 2011

Lo que el viento se llevó:

Me permito el lujo aquí de publicar un texto que no es mío, sino de mi madre, pero que describe a la perfección como me he sentido durante la pasada semana, me siento ahora, y probablemente me sentiré por un tiempo:

"Hace unos días alguien me preguntaba con qué personaje de ficción me identificaba yo, algunos estáis muy hechos ya a este tipo de preguntas, pero yo me quedé en shock porque en realidad creo que siempre que veo una película o leo un libro me identifico hasta la médula con alguno, así que no hablábamos de personaje, sino de personajes, cientos…; pero hice el esfuerzo de adentrarme en mis paranoias a ver cuál me gustaba más, convocando a Ana y los cinco, Becky, la parejita de Tom Sawyer, Pippi Calzaslargas, Caperucita y una larga lista de intrépidas heroínas, y hasta emergió Peggy Guggenheim de entre mis espejos como ente de ficción.
Pero el lunes por la mañana fue otra imagen la que reflejó en mi pesadilla. No sé si recordáis a la dulce Jane Banks, la eterna hermanita de Michael, Banks también. Si no los conocéis corred a alquilar la película porque no habéis tenido infancia. Estos dos chiquillos, un día, hartos de niñeras con verrugas, olor a naftalina y aceite de ricino, tuvieron la genial idea de escribir una carta en la que reflejaban sus sueños; interceptada por la autoridad paterna, la carta en pedazos se fue por la chimenea y llegó, como en los cuentos, donde tenía que llegar. Y recibieron su niñera sin verrugas que sabía cantar y nunca gruñía. Llegó volando con el viento.
Nosotros no hicimos cartas - o tal vez alguien sí - porque nuestro yo niño a saber dónde quedó, ni tenemos chimeneas mágicas por desgracia; pero un día el paraguas trajo volando dos locos alegres y confiados como en la canción. Abrieron un bolsazo vacío y sacaron de él un enorme perchero para colgar miles de proyectos, nos enseñaron a recoger nuestros pedazos rotos con un simple chasquido, clap, y a pasar los malos tragos with a spoon full of sugar, y supieron hacer un buen pastel; nos hicieron desfilar, un - dos, por años temáticos y caballos de cartón. Se quedarían hasta que cambiase el viento.
Ingenuos como los niños Banks nos olvidamos de mirar la veleta o la veíamos de reojo, temblando una vez al año, soplábamos para conjurarla y mantenerla quietecita, y así el cuaderno de bitácora se mantuvo sin novedad… un tiempo. Un día el viento cambió y, aunque todos necesitamos un poco de sur, la veleta viró definitivamente al norte. Y arrastró al paraguas mágico con su carga. Sobrevoló esta vez no el Támesis con neblina porque para nuestro cuento bastan el Guadalquivir y un calor horroroso. Sumisos como buenos chicos, Jane y Michael aceptaron las razones, otros necesitaban también un poco de magia, y ni siquiera miran atrás cuando siguen a los señores Banks, ahora sí rescatados de la indiferencia y la frivolidad, pensando que ya eran capaces de volar solos sus cometas.
Y el Viento siguió volando sobre el agua.
"

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