No sabiamos nada el uno del otro, pasamos más de la mitad de nuestra vida sin conocernos, sin saber de nuestra existencia.
Ignorando quienes eramos.
Nos vimos tres o cuatro veces, por toda la ciudad
Y, de repente, un día cualquiera, una noche como tantas otras nos damos cuenta de que ya van a hacer años...
No es que siempre haya sido perfecto, como todos hemos pasado nuestras épocas. He pensado que os tendría para siempre, he creido que os perdería, he pensado que os había perdido, y he querido teneros siempre.
Alguno de vosotros me ha dicho alguna vez que hay amistades que no duran toda la vida, es cierto, hay amistades que son como el agua de la ducha, te toca un segundo, resbala y se va por el desagüe o se evaporan y de ellas lo único que queda es un recuerdo de vaho en el espejo al cruzarse por las calles. Pero hay otras... Hay otras que llega un momento en el que sabes que no desaparecerán nunca. Hay otras que, de pronto se hacen tan fuertes que sabes que por mucho que tengan que aguantar el desgaste del tiempo, un día sonará el telefono y estarán ahí para sentarse con una cerveza entre los dos y reir como si nunca hubiera cambiado nada.
No se si la nuestra será de esas, no se si dentro de unos años sereis esa llamada de telefono o ese recuerdo de vaho en el cristal. Lo único que se y que puedo decir con certeza ahora mismo es que me alegro de haberos conocido, me encanta este tiempo contando con vosotros, de días de biblioteca, de noches en casas solas, de confesiones con una cerveza, de tardes en el patio, de noches en la playa o en el campo... de placiteos, de feria, de techaos.. con algunas, de viajes inolvidables.
Sólo se que, a algunos creí haberos perdido, creí haberme ganado a pulso el romper la relación y, por el contrario, os tuve ahí, tras ese mensaje al móvil, después de una llamada inesperada. Después de casi un año sin dar apenas señales de vida. Sólo se que hay gente que te demuestra cosas increíbles y que vosotros lo habéis hecho. No sois muchos, pero sois los necesarios. Sois los que me dais fuerza para luchar por lo que quiero, por lo que tengo y por lo que decido conservar.
Alguna vez me habeis dicho (y sino seguro que lo habeis pensado) que soy una pesada cuando os echo de menos, cuando me entra el pánico de perderos, cuando veo que a alguno hace ya demasiado que no le veo. No es obsesión por conservar el grupo, es que cada uno de vosotros me habeis aportado algo distinto, es que cada uno os habeis hecho un hueco en mi vida que no rellenará cualquiera. Es simplemente, y por mucho que evite deciroslo, y por mucho que me cueste demostraroslo a algunas, que os quiero. Que no puedo imaginar mi vida sin haberos conocido, sin haberos tenido cuando he tenido ganas de llorar y cuando he tenido ganas de reirme sin parar. Para hablar de lo que nos preocupase, para sentarnos en un banco y reirnos de tonterías que ya han pasado. Es simplemente que no sabiamos nada uno de otro y el destino nos obligo a conocernos. Me obligó a quereros. Y que estoy orgullosa de poder decir que, a pesar de todo, sois mis amigos.
P.D: Voy a echaros de menos, pero se que cuando vuelva estaréis como siempre para contarnos este curso que comienza. Estoy viviendo un sueño al que algunos de vosotros me habéis empujado y sin los cuales no habría tenido el valor de embarcarme en él (a una me la llevo conmigo, para vivirlo entre las dos)(a otras se que las tendré más allí casi de lo que las veo cuando estoy en Sevilla). Un año en el que os llevaré en la maleta, os pensaré tantas veces, y donde más de una vez desearé estar más cerca para poder abrazaros. Sabéis que aquí estaré esperando con los brazos abiertos al que decida venir a visitarme, y sabéis que cuando me subí en ese avión solo podía pensar en los abrazos que os daría o que os daré cuando os vuelva a ver.
Os quiero gentecilla ;)
Taller de Sueños
jueves, 10 de octubre de 2013
domingo, 21 de julio de 2013
Aprender que no me perteneces:
Decir en una relación que las cosas no van bien porque no sabes entenderme o porque no actúas como debes actuar conmigo, es como decir que me he comprado una lavadora que no deja la ropa tan suave como a mi me gustaría. La solución quizá sea cambiar de suavizante.
Lo que vengo a decir es que no es justo que te culpe de los problemas que tengamos entre nosotros. Cierto que es la reacción normal y común, pero parándome a pensar debería llegar a la conclusión de que ¿quién soy yo para decirte si lo que haces lo haces mal, y para decidir que eso es lo que nos esta destruyendo? Probablemente lo que nos ha llevado a este punto de enfrentamiento sea mi propia percepción de la realidad (subjetiva e influida por numerosos acontecimientos, traumas, decisiones, recuerdos e ideas de mi subconsciente que condicionan lo que veo y percibo sobre lo que me ocurre o me rodea), puesto que soy yo y no tú, quien plantea que existe un problema, es decir que soy yo quien lo esta viendo o percibiendo. Así que, ¿cómo culparte a ti de algo que estoy viendo solo yo y, por tanto, probablemente, creando yo sola en mi cabeza?
Lo primero que debería preguntarme es de dónde surge el problema, o sea, cómo, cuándo y por qué fui consciente de que dicho problema existía. Si surgió en mi cabeza hablando con alguien, tras un sueño, al ver una película o simplemente echándote de menos.
Una vez que tenga localizado el momento y la manera en que dicho problema se erigió en mi cabeza para cuestionarte y cuestionarnos como pareja, debería tratar de localizar otras situaciones similares, ejemplos de relaciones que hayan podido desaparecer o verse perjudicadas por sentirme de la manera en que me siento ahora contigo. (Seguramente esta no sea la primera vez que me encuentro de este modo). No sería lógico seguir pensando que eres el problema, o que el problema viene y surge entre nosotros porque tú no sabes quererme, o demostrarme que me quieres, si ya me he sentido de este modo.
Debería ahora plantearme a qué se debe este miedo, esta inseguridad. Si necesito que me demuestres constantemente algo que, ya no solo tú, sino tampoco otros han sabido demostrarme (no es necesario que hablemos sólo del ámbito de pareja, puede que esta situación venga reproducida entre mis círculos de amigos, mi familia...) quizá no sea normal. Quizá sea yo la que tiene el problema, por necesitar la demostración de algo que no suele ser exigido demostrar.
Si he pasado estos sencillos pasos, te hablaré de una forma diferente a si pienso que simplemente haces las cosas mal. Si pienso que tengo unas necesidades especiales, y, sobre todo, si he sido capaz de localizar a qué se debe la necesidad de dichas necesidades o exigencias, podré explicarte qué me ocurre. Y no será una confrontación donde discutamos si actúas de forma correcta o nos echemos en cara quién de los dos se equivoca, sino que será un encuentro en el que seré capaz de admitir que algo en mí no funciona bien, que necesito que pedirte ayuda y que quiero que me acompañes en la superación de mi problema. Será una invitación a crecer juntos, en lugar de una crisis que casi nos separa.
Si pienso que no me llamas lo suficiente, que no me cuidas como deberías, que no te preocupo, que no te importo... Si necesito, en cada momento, saber donde estas, cómo te encuentras, si me echas de menos o si tienes ganas de verme, en definitiva, que me recuerdes constantemente que me quieres, estaré asfixiándote, pero sobre todo, en el momento que no me cojas el teléfono, que no te despidas con un beso, que no me llames para darme las buenas noches o que no te vea cuando crea que debo verte, temeré que hayas dejado de quererme, que ya no te importe, que me hayas olvidado, o simplemente que no te preocupo. Trataré de echarte en cara que eres la causa de mis dudas y te escupiré a modo de reproche cada uno de mis miedos culpándote de ellos, en lugar de explicarme (a mi mismo primero) y, si fuera necesario, después a ti, que algo en mi conciencia me provoca este temor, y que no tiene nada que ver contigo, pero que influirá en nuestra relación hasta que sea capaz de superarlo y confiar en ti plenamente.
Los problemas, en una pareja, muy pocas veces son debidos plena y exclusivamente a la otra persona. Casi siempre son la respuesta de nuestro cerebro al recuerdo de un temor repetido en nuestra memoria o a la carga de un trauma creado en nuestra infancia. Si de pequeños nos perdimos una tarde y creímos ser abandonados por nuestros padres, ese hecho anecdótico se repetirá en nuestra conciencia haciéndonos temer que otros nos abandonarán cuando menos lo esperemos. Y como este miles de traumas más que condicionarán cada una de nuestras relaciones, lo único que debemos hacer es detectarlos, y mantenerlos a raya, superarlos, solos o con ayuda, pero no culpar a quien nos rodea de los miedos que me condicionan.
No me perteneces, no puedo hacerte a medida, pero sobre todo, no puedo pretender que entiendas mis miedos si nos te los comunico previamente. Sólo puedo compartirlos contigo y confiar en que juntos podamos superarlos.
jueves, 4 de julio de 2013
Paisajes de montaña
Hay años que no querrías terminar nunca, que esperas guardar en tu memoria para siempre, con los que quieres soñar mil veces y que revivirías otras cien. Hay años que son agradables, suaves, dulces, arropadores... Hay otros años que se clavan como puñaladas en la espalda. Llenos de momentos difíciles, que se erigen como montañas que escalar para llegar a la cima.
Cuando subes un pico, cuando lo estas subiendo, las horas de camino pesan en la mochila, la sed te seca la garganta, los pies duelen al tropezar con las piedras, los brazos pesan, la cabeza te duele y sólo deseas llegar arriba y parar. No puedes evitar preguntarte por qué empezaste a subir.
Cuando llegas arriba lo entiendes. Cuando eres capaz de ver la cascada que rompe el prado para caer en la poza en la que te bañarás en cuanto recuperes el aliento, cuando alcanzas a ver los picos nevados que traen el agua hasta el agujero bajo tus pies, el camino ha quedado olvidado. Tan solo algunos momentos en los que decidiste levantar la vista del suelo para ver lo que te rodeaba se han quedado en el recuerdo. El dolor es algo que ha pasado y que te brinda la oportunidad de admirar la cima con mayor agradecimiento.
Hay años que son como subidas a un pico. Sólo deseas llegar al final, pero en momentos como este, en los que decides pararte y mirar, eres consciente de que las lágrimas que ahora te mojan la cara se olvidarán junto a cada piedra del camino cuando estés arriba. Este es uno de esos años, sólo queda caminar, y llegar.
De este año salvo muy poquitos altos en el camino, pero los que salvo me han servido para ver por qué merece la pena pelear.
Cuando subes un pico, cuando lo estas subiendo, las horas de camino pesan en la mochila, la sed te seca la garganta, los pies duelen al tropezar con las piedras, los brazos pesan, la cabeza te duele y sólo deseas llegar arriba y parar. No puedes evitar preguntarte por qué empezaste a subir.
Cuando llegas arriba lo entiendes. Cuando eres capaz de ver la cascada que rompe el prado para caer en la poza en la que te bañarás en cuanto recuperes el aliento, cuando alcanzas a ver los picos nevados que traen el agua hasta el agujero bajo tus pies, el camino ha quedado olvidado. Tan solo algunos momentos en los que decidiste levantar la vista del suelo para ver lo que te rodeaba se han quedado en el recuerdo. El dolor es algo que ha pasado y que te brinda la oportunidad de admirar la cima con mayor agradecimiento.
Hay años que son como subidas a un pico. Sólo deseas llegar al final, pero en momentos como este, en los que decides pararte y mirar, eres consciente de que las lágrimas que ahora te mojan la cara se olvidarán junto a cada piedra del camino cuando estés arriba. Este es uno de esos años, sólo queda caminar, y llegar.
De este año salvo muy poquitos altos en el camino, pero los que salvo me han servido para ver por qué merece la pena pelear.
viernes, 7 de junio de 2013
"Que lástima pero adiós"
Hace un tiempo me hice una promesa: no volvería a llorar dos veces por la misma persona. No voy a romperla ahora.
lunes, 6 de mayo de 2013
6 de mayo
Lo de mi día de hoy empieza a preocuparme. Pienso en las practicas atrasadas, los temarios por empezar, los examenes por presentarme... Me agobio, me falta el aire y salgo de la biblioteca para sustituirlo por nicotina. Me he olvidado la carpeta en casa. Vuelvo al coche, vuelvo a por ella, vuelvo a sentarme frente al mostrador de la entrada a la biblioteca. Llevo media hora y me doy cuenta de que no he leido ni una sola frase de los apuntes que tengo delante. Cojo el ordenador, abro un nuevo blog, trato de soltar todo lo que me esta bloqueando esta mañana, esta tarde, este día que se esta haciendo eterno, insufrible. Llevo una hora y el documento sigue en blanco. Decido cerrarlo. Me acuerdo de ti. Me enfado. Me enfada tu forma de ser, cada vez me caes peor. Me enfada aún más no ser capaz de poner letras a todos los pensamientos que me rondan la cabeza y que me encantaría vomitarte encima alguna tarde. Ahora me sobra el aire. Quiero fumar, no aguanto más aquí sentada pensandote, o pensandonos. O peleandome con unos dedos que no me dejan decir lo que quiero que escuches.
Este día de levantarme, de sentarme de nuevo, de salir, de entrar. De escribir sin sentido. De matar el tiempo por no querer matar a nadie. Este día de exámenes y trabajos terminados sin haberlos pensado siquiera. De hacer las cosas por inercia. Este día me está matando, o me esta dando ganas de matarme.
domingo, 5 de mayo de 2013
Momentos de crisis
"Porque la vida no se mide por las veces que respiramos, sino por los momentos que te dejaron sin respiración."
Tocado el fin del primer cuarto de mi vida me doy cuenta que había demasiadas cosas por cambiar. Demasiado por madurar, demasiado por lo que pararme, por lo que pensar, por lo que quizás haberme esforzado un poco más. Este año de cambios, de sorpresas, de sustos, de momentos inolvidables y de tantos que habría querido borrar de mi cabeza, me ha hecho ver que había más donde mirar, que la mayoría de los cabos estaban por atar.
"La crisis de los veinte"... y tienen tanta razón.
A pocos meses de empezar un año lejos, de empezar a echar de menos, de conocer, de "vivir por mi cuenta y riesgo", hoy me he dado cuenta de que es ahora cuando mis decisiones empiezan a tomar forma de verdad. Hace unas semanas que vengo diciendome que "me había vuelto buena", que me empezaba a percatar de un cambio radical en mi vida, en mis relaciones, en mi forma de ver las cosas y sobre todo en mi manera de mirar lo que me rodeaba. En un principio creí que tu eras la razón de la existencia de esta nueva yo. Tus charlas, tus broncas, tus echarme en cara las cosas que te parecían inadmisibles y que yo veía tan corrientes, tan normales. No te quito parte del mérito, de hecho me veo obligada a admitir que todo eso ha debido ayudarme a ver algo que ya empezaba a cobrar forma en mí. A veces es necesario que otros te indiquen dónde estas mirando. Supongo que he debido quedarme como embobada, con la mirada perdida en un horizonte que se iba conformando con trocitos de mi vida, y de fondo una voz (la tuya) que criticaba cada error, que agradecía los aciertos, que sin darse cuenta me iba guiando en la decisión sobre quién quería ser.
Pero hay algo más que tú en todo esto, supongo que a todos nos llega un momento en el que, de repente, somos conscientes de la importancia que tiene poner empeño en construirnos a nosotros mismos. En el que nos damos cuenta de que no crecemos como las plantas, de que debemos pulirnos, cuidarnos, de que crecer supone un trabajo, y de que ese trabajo, un día, nos pertenece. Llega un momento en el que nos damos cuenta de que los demás han dejado de ser quienes debían regarnos y podarnos, de que somos nuestra propia responsabilidad y que el resto serán, sólo, nuestros apoyos. Y es lógico pensarlo, si no hemos pasado por tener que ser quienes nos cuidemos, ¿cómo podremos cuidar, enducar, enseñar... a otros, a los que vengan luego? ¿Quién puede ser padre, tío, padrino, abuelo... si antes no ha podido, no se ha dado la oportunidad, de ser el mismo quien maneje su vida, quien juzgue las decisiones, quien se equivoque o acierte solo?
Hoy he entendido el miedo de mi padre cuando me dice que no he sabido tomar las riendas de mi vida, hoy he comprendido que no es una bronca como las que me echaba cuando tenía quince años y no pensaba lo que hacía, entónces era él quien debía poner los límites, quien marcaba el terreno de juego. Hoy he visto que su miedo no es otro que el miedo que debe dar ver cómo el árbol que plantaste se te cae encima porque ya no queda pared donde sujetarlo, con la diferencia de que este "árbol", nosotros, yo, debería tener la capacidad de sujetarse sin ayuda, de crecer eligiendo y sabiendo dónde elegir.
No se qué me ha hecho abrir los ojos, pero se que este año algo se ha movido dentro de la niña que creía que era más libre por no tener que dar explicaciones de las cosas que hacía sin pensar. Y al moverse ha dejado entrever una realidad que hasta entónces no había querido mirar. Durante estos meses no solo he podido ver a quién tengo a mi alrededor, estos meses me han enseñado con quien puedo contar, quien llegó un día para quedarse y quien dará la espalda cuando no me necesite, empiezo a ver quiénes son amigos de verdad, cuáles son las cosas por las que quiero luchar, por las que merece la pena pelear. He aprendido que quien menos te lo esperas te engaña y que quien esta a tu lado de verdad no necesita repetírtelo muchas veces para que sea más real. Este año me he sorprendido al ver que las lágrimas no se derraman con tanta facilidad, y que las cosas duelen de una manera diferente, más pausada, más lentamente, con menos piedad.
Nunca había sido tan consciente de haber crecido. Nunca había visto con tanta claridad lo mucho que me queda por crecer y lo mucho que tengo que trabajar para hacerlo. Esta es la primera vez que soy consciente de que lo queda del cuadro tengo que pintarlo yo.
Os doy las gracias a todos los que habéis estado ahí para que creciera hasta hoy, a los que habéis tratado de cuidarme y que sufríais con cada lágrima que bajaba por mi mejilla o cada sollozo que partía el silencio en una noche, a los que suspísteis cuando necesitaba un abrazo y me lo dísteis, a los que supísteis decirme las cosas tal y como las veíais cuando me equivocaba. Os doy las gracias también a todos los que causasteis esas lágrimas, a todos los que me mentísteis alguna vez, a los que me utilizásteis, a los que os aprovechásteis y a los que no me supísteis querer. Porque de vosotros también aprendí. Aprendí que hay heridas que se cierran con el tiempo, aprendí que otras muchas tan solo crecen con él y que hay que aprender a crecer con ellas. Os doy las gracias a los que supísteis quererme y me enseñásteis a querer. Te doy las gracias a ti, por hacerme ver que esto estaba pasando.
Hoy quiero tomar esas riendas. Hoy quiero bajarme del carro y empezar a andar este camino con la esperanza y la decisión de ser capaz, algún día, de tomar un desvío y hacer mi vida por mi cuenta.
lunes, 8 de abril de 2013
En el campo de batalla:
Me gustaria saber qué extraño poder de obcecacion y absoluta negacion de los sentidos ejerce sobre determinadas personas el enfrentamiento rotundo y de frente con una negacion, con la prohibicion socialmente -supuestamente- aceptada de no tocar aquello que no es tuyo, que tiene dueño, o empieza a ser de otro. Parece que algunos no son capaces de asimilar que algo no les pertenezca o pueda pertenecer a otros. Que no tienen la capacidad de racionalizar que hay cosas que, quizá, deberían dejar para otros, o simplemente que no pueden tenerlo todo.
Supongo que todos nos hemos encontrado alguna vez con gente así, que todos hemos tenido que defender, en determinada ocasión, a capa y espada algo que era nuestro, o que deseabamos que lo fuera, frente a individuos que deseaban arrebatarnoslo y hacerlo miembro de su creciente colección. Es en estas luchas cuando somos plenamente conscientes de la importancia que tienen para nosotros estos X deseados, el problema aparece cuando empezamos a cansarnos de luchar, cuando las moscas son tan numerosas que por mucho que airees el paño no consigues espantarlas y la bandada se hace aún mayor. Cuando duele. Cuando ya da pereza incluso el más mínimo gesto de revolución frente a ellas. Te paras entonces un solo segundo y los recuerdos se agolpan en un collage mental que te expone en diapositivas los valores del objeto o la persona deseada, haciendote, inconscientemente, valorar si esta guerra merece la pena o es preferible avandonar la jugada y retirarse del campo de batalla.
En contadas ocasiones no llegas a entender qué te sucede, no consigues explicarlo a los demás o ni tan siquiera explicartelo a ti mismo, lo cierto es que tienes claro que no quieres dejar de pelear, pero tus pies están esposados, tus manos atadas a la pared y la mordaza de la boca te bloquea la lengua impidiendo salir al grito desesperado que se enreda entre tus dientes apretados. En contadas ocasiones da igual quien sea quien se pone en medio, tienes claro que romperás las cadenas y que vas a pasarle por encima. En contadas ocasiones dejar de luchar simplemente ha dejado de ser una opción.
Supongo que todos nos hemos encontrado alguna vez con gente así, que todos hemos tenido que defender, en determinada ocasión, a capa y espada algo que era nuestro, o que deseabamos que lo fuera, frente a individuos que deseaban arrebatarnoslo y hacerlo miembro de su creciente colección. Es en estas luchas cuando somos plenamente conscientes de la importancia que tienen para nosotros estos X deseados, el problema aparece cuando empezamos a cansarnos de luchar, cuando las moscas son tan numerosas que por mucho que airees el paño no consigues espantarlas y la bandada se hace aún mayor. Cuando duele. Cuando ya da pereza incluso el más mínimo gesto de revolución frente a ellas. Te paras entonces un solo segundo y los recuerdos se agolpan en un collage mental que te expone en diapositivas los valores del objeto o la persona deseada, haciendote, inconscientemente, valorar si esta guerra merece la pena o es preferible avandonar la jugada y retirarse del campo de batalla.
En contadas ocasiones no llegas a entender qué te sucede, no consigues explicarlo a los demás o ni tan siquiera explicartelo a ti mismo, lo cierto es que tienes claro que no quieres dejar de pelear, pero tus pies están esposados, tus manos atadas a la pared y la mordaza de la boca te bloquea la lengua impidiendo salir al grito desesperado que se enreda entre tus dientes apretados. En contadas ocasiones da igual quien sea quien se pone en medio, tienes claro que romperás las cadenas y que vas a pasarle por encima. En contadas ocasiones dejar de luchar simplemente ha dejado de ser una opción.
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